Casos y Guías

¿Qué es la Inmunidad?

¿Qué es la Inmunidad?

¿Qué es la inmunidad?

Como cualquier sistema de nuestro organismo, el inmune es un conjunto de órganos, tejidos y células que, trabajando de forma conjunta y coordinada, cumplen con un propósito muy claro. Y en este caso, el propósito es vital para sobrevivir: defendernos del ataque de gérmenes.

 

El sistema inmune está conformado por 8 tipos celulares distintos y por distintos órganos como por ejemplo el bazo, el timo, los nódulos linfáticos, etc, que permiten que el sistema inmune cumpla con sus dos funciones básicas: detección y neutralización.

 

Y es que gracias a que las células inmunes, conocidas popularmente como glóbulos blancos, fluyen por la sangre, pueden “patrullar” todo el organismo en busca de cosas extrañas. Y por cosas extrañas entendemos células que no son propias de nuestro cuerpo y que, por lo tanto, son potenciales amenazas.

 

Y el punto clave del sistema inmune es que tiene memoria. Es capaz de recordar cómo son los patógenos, virus, hongos, parásitos, etc, que han intentado infectarnos a lo largo de nuestra vida. Y gracias a que los recuerda, puede actuar y eliminarlos antes de que nos provoquen la enfermedad en cuestión. Esta capacidad de memoria es la inmunidad.

 

¿Cómo nos hacemos inmunes a las enfermedades?

Desde el momento del nacimiento, gracias a la lactancia materna, por exposición a enfermedades, a través de la vacunación… Hay distintas maneras de que el sistema inmune sea capaz de reconocer a los gérmenes y neutralizarlos antes de que nos hagan enfermar.

 

De todos modos, a grandes rasgos, el proceso de inmunización es siempre el mismo. Cualquier célula, incluidas las nuestras, tiene un material genético que le es propio. Y hay una serie de genes que todas las células de una misma especie comparten.

 

Y entre muchas otras cosas, estos genes específicos de especie dan lugar a las proteínas que rodean nuestras células y que, de algún modo, conforman la “huella dactilar” de la especie en cuestión. Y los gérmenes no son una excepción. Los microorganismos patógenos, ya sean bacterias, virus (aunque técnicamente no sean seres vivos), parásitos, hongos, etc, tienen en su superficie estas moléculas que les son propias.

 

Y en el campo de la inmunología, estas proteínas presentes en la membrana celular reciben el nombre de antígenos. Y son el punto clave para disparar las reacciones de inmunidad, ya sea de forma natural o a través de la vacunación. Porque el sistema inmune no reconoce al patógeno en su plenitud. El sistema inmunitario simplemente detecta estos antígenos, porque es lo que realmente le dice “quién” nos está atacando.

Cuando un patógeno entra en nuestro cuerpo, sea cual sea el órgano o tejido que infecta, las células del sistema inmune que patrullan el torrente sanguíneo se dan cuenta enseguida de la presencia de una célula extraña, es decir, de que en el organismo hay un antígeno que no reconocen.

 

Estos anticuerpos son moléculas sintetizadas por nuestro cuerpo (aunque, como veremos, pueden ser transferidos desde el exterior) que son específicas de un antígeno concreto. Son una especie de antagonistas de los antígenos. Y es que una vez se han fabricado, los anticuerpos se desplazan al lugar de la infección y se juntan de forma específica al antígeno del patógeno.

Cuando esto se ha conseguido, las células inmunes especializadas en neutralizar a las amenazas ya pueden ir al sitio de la infección y atacar a todas las células a las que los anticuerpos se han unido. De este modo superamos la enfermedad.

 

Pero lo importante es que, una vez ya tenemos estos anticuerpos específicos, cuando llegue una hipotética segunda infección, las células que vuelvan a toparse con este antígeno avisarán inmediatamente a las células productoras de anticuerpos, que buscarán “entre sus archivos” para sintetizar el anticuerpo que se necesita para acabar con esa amenaza.

Print